En los 22 años de este siglo en el mundo se lograron 256 nuevos acuerdos regionales de integración comercial, pero la nación no acompaña esta tendencia de apertura
Escribió Sarmiento en el Facundo que la evidencia que trae la estadística, “cuenta las cifras, impone silencio a los fraseadores presuntuosos y hace enmudecer a los poderosos imprudentes”.
Pues en el comercio internacional esas cifras indican que (pese a augurios en sentido opuesto) el tráfico entre todos los países (sumando bienes y servicios) llegó en 2022 a un récord histórico (casi 32 billones de dólares). Y acumula un crecimiento de 299% desde el inicio del siglo XXI. Mientras en el año 2000 la suma de todas las exportaciones planetarias representaba 23,6% del producto bruto mundial; en 2022 ese porcentaje ronda 29%.
Ello debe ser analizado, además, en paralelo a otras referencias. Por ejemplo: el stock de inversión extranjera directa hundida en el planeta creció de 7,3 billones de dólares en el año 2000 hasta 46,5 billones en 2022; y los flujos de datos con valor económico, que eran casi insignificantes en el año 2000, hoy se convirtieron en el principal insumo de la integración productiva supranacional transformando cadenas internacionales de valor en nuevos ecosistemas y redes de innovación.
Pero este fenómeno no ha sido uniforme. Los países asiáticos fueron los grandes emergentes (la participación de Asia en el comercio internacional planetario creció -en lo que trascurre del siglo- de 26% o 37%) mientras Latinoamérica no ha logrado superar su lugar de escasa relevancia (solo genera algo más del 3% de todo el comercio internacional mundial).
Y no es menor que, a la vez, dentro de Latinoamérica, la diferencia de performance entre países durante este tiempo ha sido notable: si se comparan los 15 países de la región de mayor relevancia computable se descubre que en lo transitado desde el año 2000 las exportaciones (medidas en dólares estadounidenses) de Perú y Bolivia crecieron más de 1000%; las de Ecuador, Uruguay y Honduras lo hicieron en más de 600%; las de Chile, Guatemala y Brasil crecieron más de 400% y las de Colombia, Trinidad y Tobago, Paraguay y Costa Rica se elevaron en más de 300%. Solo Venezuela muestra una reducción nominal de sus ventas externas (-50%) en el periodo. Y la segunda peor performance comparada en la región es la de Argentina (con una alza de apenas 235%).
En 2022 en particular el mayor exportador de la región fue México (más de 580 mil millones de dólares); el segundo fue Brasil (unos 335 mil millones); el tercero fue Chile (casi 100 mil millones) y el cuarto, Argentina (que logró su récord de exportaciones explicado por mejores precios internacionales, llegando a ventas por unos 88 mil millones). En aquel inicio del siglo Argentina era el tercero en Latinoamérica.
Es evidente que la performance argentina requiere un análisis: ¿por qué no ha podido acompañar a sus vecinos (que a su vez integran una región que no logra relevancia relativa significativa comparada en el mundo)?
Pueden esbozarse preliminarmente 7 razones para entender el resultado mencionado y todas son confluyentes para justificar un fracaso relativo:
- La macroeconomía ha permanecido extraordinariamente desordenada y accidentada
- El sobredimensionamiento paulatino del aparato estatal ha afectado la capacidad competitiva de las empresas
- La fragilidad institucional ha impedido la plena vigencia de derechos subjetivos
- El entorno regulativo ha ido congestionándose y convirtiéndose en altamente obstructivo
- La infraestructura se ha deteriorado
- Las condiciones mes o económicas desalientan la evolución productiva
- Nuestro desacople institucional internacional se ha acentuado
Esto último especialmente se constata al advertir que; mientras en los 22 años transcurridos en el siglo XXI en el mundo se han celebrado 256 nuevos acuerdos regionales de integración comercial entre diversos países (hay 357 vigentes a la fecha), lo que ha contribuido a que el 70% de todo el comercio internacional planetario ocurre entre mercados que han reducido sus aranceles a 0%; la Argentina no ha acompañado esa tendencia de apertura e integración.
Todo ello no solo reduce a nuestro país a un rol mediocre en el comercio internacional (poco más del 0,3% de todas las exportaciones planetarias) sino que obstruye su internacionalidad sistémica: la participación del stock de inversión extranjera recibida en nuestro país en el total planetario se redujo de 0,85% a 0,22% y la (escuálida) participación de las inversiones de empresas argentinas en el exterior se redujo de 0,28% a 0,11% del total mundial.
Intensa tarea queda, pues, por delante. La debilidad internacional tiene efectos. No solo directos (crecimiento, inversión, evolución tecnológica, situación cambiaria) sino también indirectos (calidad del empleo, nivel salarial, recaudación fiscal).
Aunque, reconozcamos, no parece aun haber entre nosotros acabada conciencia de todo ello.